17.2.09

Y de repente, casi sin sospecharlo, saltás y te clavás en mí.

Esta vez quería que todo salga bien.
Quería que fuésemos felices, que nos riésemos, que se te formen arruguitas al lado de los ojos, que nos pasemos horas en la cama dormitando y hablando y follando, incluírme en tus planes de futuro, viajar, conocer(nos), ir por la calle de la mano mientras nada importa porque tengo tu mano en la mía, porque tenés mi mano en la tuya.
Así que pará.
Pará de saltarme agazapado cuando saco las cosas del escritorio y encuentro la tapita de la botella de agua de la 2º vez que fuimos a cenar a esa pizzería.
Pará de saltarme agazapado cuando limpio un pelo de encima de un CD y me doy cuenta de que era tuyo, y me dan ganas de buscarlo hasta encontrarlo y ¿hacer qué?
Pará de saltarme agazapado y aparecerte en mis sueños, diciéndome cosas que sé pero que no necesito saber, que no quiero saber, mientras me abrazás y me siento en casa porque estaba perdida oh tan perdida en ese Londres brutal con esas hienas que se ríen sin sentido y vos en bicicleta, a la distancia, pero cada vez más grande (aunque nunca demasiado) y entonces parás y sos vos y llorás y hablás pero no, no me abraces y no dejes que sienta tu calor ni tu olor.


Lloré al lado de la Catedral. Lloré sobre tu hombro mientras te contaba cosas que nunca te había contado, mientras te confesaba que me hacías sentir feliz y rara, y que no podía con esas mariposas y arcoiris, que yo no era así, que mi vida era más bien muerte y destrucción, que no iba a cambiar, que nada iba a cambiar.
Y el dolor, y el dolor, y el dolor.
No iba a parar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario