26.2.11

Bon voyage.

Mañana, una de mis mejores amigas parte hacia Francia a trabajar de enfermera durante un año.
Fue algo sorpresivo, que se decidió hoy a las 9 de la mañana, y que nos descolocó a todos.
Pensábamos que teníamos más tiempo, que llegaríamos a Carnavales juntos.
Hoy también me enteré que otras dos grandes amigas mías se van a Escocia e Italia el curso que viene de Erasmus.
Y no puedo con todo eso.
Porque no sólo yo estaré sola y encerrada ahora que no van a estar ninguna de las tres, si no que esto es el principio del fin.
De ahora en más será más difícil vernos, estaremos más repartidos por el país y el mundo, nuestras vacaciones ya no coincidirán, dejaremos de ser quienes somos.
Durante estos últimos cinco años, sabíamos que íbamos a estar todos juntos en Navidades, Semana Santa y el verano (aunque últimamente coincidíamos todos sólo una semana o dos).
Ahora no.
Ahora hay contratos de trabajo, más aeropuertos y menos autobuses, más kilómetros, más fronteras, más distancia.
Se acabaron las piscinas, las noches de zumos y risas, las noches de alcohol y risas, los viajes semi-improvisados a través de Extremadura, las fiestas en los campos, nuestra idea de sobrevivir sólo nosotros, alejados de todos, en nuestra mini-comuna autosuficiente.
Sólo nos quedarán una o dos veces al año, intentar hacer como que no estamos incómodos y ver la vida de los demás a la distancia: rupturas, relaciones, viajes, mudanzas, trabajos, bodas, hijos.

La vida sigue.
No me gusta que la vida siga.

22.2.11

Otro ciclo, otra droga.

"El pronóstico no es bueno, pero él está bien."
Eso no me sirve. Eso no me sirve y nunca me sirvió.
Necesito que el pronóstico sea bueno, necesito que esté bien.
No puedo recibir esa llamada, y llorarlo a la distancia, y ver morir algo mío pero que nunca fue mío a la vez.

Pedí por él en la Catedral de Lausanne. No fue mucho, sólo un post-it con su nombre en una pared de oraciones. Todo lo que mi maltrecha fe me dejó hacer sin sentirme una hipócrita, sin tener que recurrir a esas oraciones gastadas y vacías que me enseñaron hace mucho tiempo.
Un pequeño post-it. Pequeño como él.
Como las caritas que me miran desde ese portarretrato que me armó mi mamá con sus fotos, pero que me dijo que no lo mirase cuando estaba mal, para mandarle sólo energía positiva.
Ya no necesita energía positiva, ni que yo llore, ni drogas por vía oral (también).
Necesita un milagro.
Y yo no puedo hacer nada.
Ni estar ahí.



Fuck.

5.2.11

Respirar hondo y saltar.

Ese miedo infinito que da el enfrentarse a una cama fría y vacía.
Casi tanto como saltar a una piscina desde un trampolín.
Un salto al vacío.

3.2.11

Aniversarios.

Hace unos días hice mi primer año con alguien. Con cualquier persona, de hecho.
Nunca nadie me había soportado tanto tiempo. Nunca yo había soportado a nadie tanto tiempo.
Así que ese día nos pusimos guapos para el otro, y salimos en una "cita de verdad". Eso es algo que no entiendo, lo de las "citas de verdad": es como si intentásemos hacer olvidar al otro que ese día nos levantamos juntos y estábamos despeinados, todas las veces en las que nos vimos en un estado penoso, los resfriados y las montañas de pañuelos usados, la comida entre los dientes, todas esas cosas que hace la convivencia con el querer gustarle al otro.
Esa noche nos arreglamos como si no nos hubiésemos despertado juntos y como si no nos hubiésemos visto unas horas antes para prestarle unos apuntes, con ojeras y el pelo recién lavado. Me maquillé, me peiné, me puse ropa nueva, pasé a buscarlo.
Fuimos a un buffet libre al que llevábamos desde septiembre queriendo ir. Nada de italianos, nada de velas, nada de cosas "bonitas". Mucha comida y un sitio al que queríamos ir.
Nos pasamos por nuestro bar para recordar viejas épocas, y el bar había cambiado. Incluso la música era diferente, mejor. Y eso de alguna manera era un poco triste. Nuestra primera noche ahí, nuestra primera noche, estuvieron poniendo canciones de los '80, y sólo dejamos de besarnos cuando empezamos a reírnos de la rima de 'No hay marcha en Nueva York'.
Y ahora estaban los Beatles y eso está muy bien, mejor incluso, pero no era lo mismo.
Un hombre se puso a citar a Bécquer intentando vendernos unos CDs de música de la India, y nos reímos y la cerveza estaba fea, amarga, de esas veces que mejor no haberte tomado nada.
Volvimos a casa y ahí está otra cosa de los aniversarios, algo que no entiendo pero que se hace de todas maneras de forma instintiva: el sexo. Porque claro, el sexo de aniversario es como el sexo de cumpleaños o San Valentín: hay que esforzarse. Hay que esforzarse y intentar engañar al otro, jugar a que somos mucho mejores de lo que somos realmente, como si el otro no lo supiera ya. Como si no llevases un año acostándote con él, como si no te conociera.
Te conoce, claro que te conoce, y esa es la mejor parte.
Pero después, justo antes de dormir, te olvidás que se supone que es tu aniversario y hacés lo mismo que el resto de las noches: te ponés la misma camiseta arrugada, te abrazás de la misma manera, decís la misma frase justo antes de darte la vuelta y acomodarte en el hueco del cuerpo de la otra persona.
Y ahí es cuando te das cuenta.
Un aniversario no es celebrar un año de estar juntos.
Un aniversario es mirar atrás y darte cuenta de que a pesar de las cosas malas, y de las peleas, y de los errores, y teniendo en cuenta las horas de estudio, peli, series, comida, cocina, convivencia compartidas, las risas, los paseos, las cenas fuera, los regalos sorpresa, las bromas internas, los mensajes nocturnos y los pequeños fragmentos de los que está hecha una relación, no querrías estar en otro lugar ahora mismo.
Que si de ahora en más todos los días fuesen nuestros días normales, sin arreglarnos ni cenar fuera ni esforzarnos para intentar hacer creer al otro que somos quienes ya saben que no somos, estaría bien.
Que seríamos felices despertándonos con el despertador de su móvil, pasando el día en nuestra vida y después volver a "nuestra" vida, mientras inventamos alguna receta y miramos 'Buenafuente', justo antes de ponernos en nuestra postura para dormir.