21.8.09

Cotidianedades.

Llevo más de una semana con él.
Y esta vez es una carrera de fondo.
No todo es un camino de rosas. No todo es sol y pajaritos. No todo son besos en una cama blanca. También hay discusiones estúpidas sobre cosas cotidianas. Sobre las toallas mojadas, o las horas de sueño que necesita cada uno, o cuando me pisa por decimonovena vez.
Intentamos equilibrarnos, perdonar y olvidar, dejarlo estar. Centrarnos en lo importante. Llorar menos y sonreír más.
Todo sigue siendo natural. Seguimos encajando como siempre. Seguimos haciendo feliz al otro.
Creamos nuestra rutina en dos días.
A veces, mientras me lavo los dientes y lo veo preparando la ducha por el espejo, me asalta la sensación de que estamos casados. De que nos vamos relevando el uno al otro. De que compartimos algo. Algo mundano y nada especial, algo que nos hace poder vivir juntos sin que sintamos que es una carga. Nadie tira de nadie, nadie se siente intruso en la vida de nadie. Compartir.

El mundo, su mundo, me ve como una chica algo rara que se mete con él.
Él sabe todo el resto. Sabe que le mando besos por el espejo del coche, sabe que lo miro fijamente cuando nadie me ve, sabe que me río sin necesidad de que me haga cosquillas, sabe lo bien que me sienta una sábana, sabe que sin él en la ducha no recuerdo si me estoy enjuagando el champú o el acondicionador, sabe que el mejor sitio para su brazo es debajo de mi cuello, sabe que me hago fotos ridículas con el pelo en la cara, sabe que le aprieto fuerte la mano cuando estamos rodeados de gente y necesito saber que sigue ahí.
Y hoy descubrirá algo más. Mientras está trabajando, como ahora mismo, tengo un pequeño hueco sobre el esternón.
Porque aprendí tan rápido a vivir con él, que ya no sé cómo hacerlo sin él.

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