Mi cuerpo es una máquina imperfecta.
No corre rápido, no arroja con fuerza. Se cansa enseguida. Está deformado por mi estilo de vida.
Pero lo mueve algo grande. Algo que no le da tregua, algo que no le deja disminuir el ritmo, algo que no deja que pare, algo que lo empuja hacia delante aunque duela, aunque desfallezca, aunque ya no pueda más.
Algo que lo hizo recorrer 250 km en bicicleta y darme cuenta de que no tengo límite.
Cuanto más aprendo sobre las máquinas de última generación me doy cuenta de que el cuerpo humano es la más perfecta de todas, y realmente no tiene límite.
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