Durante un segundo, deseé que nada hubiese sucedido. Quedarnos en mayo, en ese último día ideal. Sin Bremen, ni Londres, ni compromiso, ni conviviencia, ni exclusividad.
Pero entonces me di cuenta.
Lo mejor fueron esos cinco meses.
Donde tuve lo mejor y lo peor de él, donde tuvo lo mejor de mí.
No cambio por nada las conversaciones a oscuras, las lágrimas, la televisión abrazados, su cuerpo en mi cama, las risas, los paseos, su mano en la mía, sus arruguitas, cada centímetro de él.
Porque eso me hacía feliz.
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