El alcohol magnifica todo.
Y así fue como anoche terminé gritando en silencio, llorando ya sin lágrimas, intentando escapar de unos brazos que me contenían para que no explotara.
Porque finalmente pude expresar lo que no sabía cómo decir, lo que no entendía, lo que no quería entender: es como mi hijo.
Porque soy y siempre fui mi madrina.
Y soy su madrina, su madre, su segunda madre.
Mi madrina y yo, madrinas.
Conectadas a través de los gustos, de las vivencias, de los sentimientos, del amor.
Yo soy ella y ella soy yo.
Condenada a repetir esquemas, a sentirla cerca aunque esté lejos.
Y a sentir su dolor como el mío.
Y supe, en ese delirio alcohólico, en ese remolino de luz roja y convulsiones, que ella había hecho lo mismo. Había pasado noches enteras preocupada, llorando, gritando en silencio para que del otro lado de la puerta, ninguno de sus hijos se enterara de nada.
Y supe que me duele por ella, por él, por mí.
Porque es mi hijo, y es su hijo, y es nuestro hijo.
Porque somos la misma persona en puntos distintos.
Porque un dolor tan grande debe ser compartido. Y ella lo hizo. Y lo sentí yo.
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