Al despertarme, lo supe.
Hoy, mi útero está vacío. Y eso duele.
Porque se perdió esa suavidad, esa fragilidad, esa sonrisa, esa delicadeza al sostenerlo, y mecerlo, y dormirlo. Esas miradas ajenas a mi pequeño milagro. Ese amor imperecedero y profundo, esa felicidad al respirar, al respirarlo.
Se transformó en carne picada, y se esfumó en neblinas de consciencia.
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