Ya no soy yo.
Al menos no soy esa que logré formar, conformar, con mucho esfuerzo, llanto y dolor. Y risas, que no todo fue negativo.
Creo que mi espíritu complaciente me ha transformado en esa que él quiere.
Que no es la que yo quiero.
Me amoldo a su cuerpo y a sus deseos. Acaricio su brazo cuando en realidad quiero morderlo. Hago el amor cuando en realidad quiero un polvo salvaje. Dejo que me haga algo terriblemente especial (y probablemente cursi) por mi cumpleaños, cuando sólo quiero una cena y dormir temprano. Hago las cosas a desgana, sin pasión, sin energía.
Y esa apatía invade otros campos de mi vida, como una niebla, como él.
Quien me conozca se estará preguntando por qué no hago algo, por qué no me rebelo contra las imposiciones, por qué no soy yo misma y no esta especie de geisha.
Porque no son imposiciones. Son cosas que hago para hacerlo feliz. Y creo que el mayor problema es que lo considero un sacrificio por el otro, así como él hace sacrificios por mí.
En el fondo sigo teniendo miedo, sigo pensando que terminará huyendo al no soportar la psicosis: se subirá a su caballo blanco y cabalgará hacia el horizonte en busca de otra damisela en apuros.
Pero mientras miro fijamente la pared y deseo que todo acabe pronto para poder dormir, me pregunto si esto no acelerará el final. Me pregunto si no será mejor que se asuste y se vaya.
Porque no voy a poder seguir así mucho tiempo más.
Y cuando vuelva a ser yo... oh, boy.
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