Me enfrento a un fin de semana atípico.
Voy a estar sola y quiero estar sola.
Mi plan es leer y tomar sol. Poner en orden mi habitación, poner en orden mi vida.
Ir a ver una exposición de fotografía, comprarme una camiseta blanca.
Ver un par de pelis, acariciar a la gata, comer croissants de chocolate.
Doblar ropa. Pilas y pilas de ropa.
Comer milanesas con papas fritas, a la antigua usanza y así, en argentino.
Dormir en ropa interior y destapada, pasearme por la casa sin rumbo.
Hacer del sofá mi hogar provisional, no dejar que nada me moleste.
Lo que lo hace atípico es que lo único que espero de este fin de semana es esto.
Nada de planes descabellados en los que salgo a las 2 de la mañana a bailar al FunClub. Nada de esperar sentada mensajes o llamadas que me saquen de mi monotonía. Nada de llamar a mi mamá cuando esté aburrida y quiera charlar con un ser humano. Nada de deprimirme y llorar porque estoy sola.
Estoy sola y no estoy sola.
Y fines de semana así, y en este piso, y con esta gata me quedan pocos, por no decir ninguno.
Así que no voy a intentar nada extraordinario. Voy a recrear la mayoría de mis fines de semana de soledad, pero no viéndolo como algo negativo, sino como esos momentos en los que no tengo que fingir, en los que no tengo que parecer normal, en los que no tengo que seguir con mi papel, en los que me puedo permitir ser un poco Azul.
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