Deambular.
Sin ganas de cerrar los ojos por lo que pueda pasar.
Con ganas de liberar algún texto que tengo de rehén, pero que en el fondo quiero que siga siendo sólo mío, un recuerdo perfecto y bonito y navideño.
Y mañana, y mañana, y mañana...
Odio la cobertura que hace que la gente pierda palabras por el camino.
Odio los reproches que me hará por no haberlo llamado a él, cuando si no lo llamo es porque no tengo nada que decirle.
Y tampoco me gusta demasiado esta sensación de saber dónde me meto, porque sé cómo termina.
Tengo el cerebro medio frito, entre apuntes, horarios cambiados, muchas horas de pantalla...
Y ya no sé si resulto pesada o molesta, si quiere que pase a saludar, si me están echando.
Su voz... la misma que hace un año, la que me tranquilizaba y me alegraba, y que ahora me resulta tan familiar... aunque hace casi un año que no hablamos.
Y claro, doy vueltas y vueltas para no nombrar lo que quiero nombrar, para no nombrarlo porque se hace más real y más odioso y más inoportuno y más inconveniente, y porque lo transformo en algo que no es, en algo que no hay, en algo que no existe si sé (¿sabemos?) lo que nos conviene.
Esto se acaba, se acaba, se acaba.
Y vuelve a empezar.
Un cuatrimestre con más trabajos, con muchos más exámenes, con muchas clases, con aniversarios que se acercan, con viajes y encuentros, con novedades, con incertidumbres.
Y después un verano en el que no sé qué va a ser de mi vida.
Quiero irme. Lejos, muy lejos.
Lo más lejos posible. Alejarme de todo y poder empezar una vida nueva, con nuevas experiencias, nuevas personas, nuevos lugares.
Este verano no podré irme a Inglaterra.
Pero no pienso pasar TODO el verano en casa.
Quiero estar ahí y disfrutar de lo que me pierdo en el año. Pero vivir 2 meses en ese sitio opresivo, con las tardes eternas dando tumbos por mi casa, con los gritos y las discusiones, con los monólogos, con las mismas salidas, con las mismas caras de siempre, en los mismos sitios de siempre, con el mismo acento de siempre y los mismos problemas de siempre...
Quiero ver a mis amigos, disfrutar de ellos.
Pero no puedo seguir encerrada ahí.
Quiero hacer planes, pero dependo de otros y de mí misma. Y eso es lo peor que hay.
Depender de mí misma.
Porque probablemente me decepcione.
Me cuesta encauzar mi vida. Y cuando parece que lo hago de repente algo lo manda a la mierda. ¿Qué cuándo empezó esto? ¿Realmente hace falta buscar culpables?
Uno, otro, qué más da.
Pero la fragmentada es una y no ellos, y la dependiente es una y no ellos. Y el mundo es una y no ellos. Ya no.
Aunque hayan sido increíbles.
Pero no puedo definirme por ellos. No puedo seguir guardando esos recuerdos, mirar hacia atrás mientras sonrío y recuerdo risas y besos y caricias y mensajes, porque no.
Porque el mundo es nuevo y brillante y necesito crear cosas nuevas y brillantes.
Por eso estoy como estoy. Porque eso es nuevo y brillante y divertido. Y me gusta poder hacerlo.
Me gusta sentirme libre.
Libre.
Los veo a ellos y no puedo creer que estén así. Todo-el-tiempo-juntos. Desde que se levantan hasta que se acuestan. Incluso en la ducha. ¡En la ducha! Todos-los-días.
Supongo que todavía no estoy hecha para la estabilidad, para la permanencia, para la convivencia, para esa vivencia del pack 2x1.
Llamenme inmadura, cría, whatever.
Pero no puedo.
Me acostumbré tanto a los ausentes que no puedo.
De hecho, los busco ausentes. Viven lejos lejísimos, o no quieren compromiso, o nunca va a pasar nada por cuestión de respeto, o no sé.
No puedo con alguien que esté, que permanezca, que me abrace por las noches mientras grito y lloro.
Alguien que me apoye activamente.
Los adoro (a la mayoría). Pero ninguno (salvo el último) estuvo ahí cada día.
Tengo tanto que decir que prefiero estar callada. Porque no quiero... Últimamente estoy un poco más cauta. Demasiados cuchillos anónimos por esquivar, demasiados esquivé ya.
Y lo único que esto me hace preguntarme es quién soy. Dónde se unen todas las facetas, en qué punto.
Y creo que el punto son las 4 de la mañana.
Unificar lo que está disperso es tarea imposible. Intentar mostrar lo que está disperso también. Yo soy todas y todas son yo, pero el problema está en los grados. Porque la mezcla es lo que lo hace uno.
Hoteles, ascensores, montañas, películas, coches, supermercados, redacciones de periódicos, los Cullen, el mar. El mar a fogonazos, sin ningún sentido ni orden. El mar azul oscuro, y blanco y verde, y el ruido y el salitre. Extraño el olor a salitre. Es lo único que extraño de mis veranos de la infancia. Bueno, eso y no tener televisor. Jugar a las damas o al Mentiroso o a lo que sea con mi familia. Y tirarnos en el suelo con olor a bronceador y salitre, mientras alguien cocina y otro se ducha.
A veces tengo miedo de no volver a sentirme en casa como en esa casa. Mi familia... es difícil ser parte de ella. Sobretodo por la distancia, el frío, la humedad, el trabajo, los problemas, las quejas. Sin vacaciones eternamente.
Sin playa ni mar ni montaña ni risas ni abrazos ni besos.
Sin infancia, nunca más.
Sin poder construir la infancia de nadie.
Porque no sé cómo se hace. ¿Cómo hacés feliz a alguien? ¿Cómo le das la infancia perfecta?
¿Cómo encontrás a alguien con quien darle la infancia perfecta?
Me queda tanto camino que a veces quiero tirar la toalla y sentarme a esperar a que pasen los años debajo de algún árbol.
Y la gente parece tan adulta y tan entera, tan llena de proyectos y de ideas, tan en movimiento. Y yo no. Yo no soy adulta ni entera, y me quedo quieta quieta quieta.
Camuflaje. Si no me ven no pueden hacerme daño.
Si no uno las facetas, ¿cómo saber dónde golpearme?
Y lo peor es que no sé por qué.
No sé en qué parte me transformé en estos trozos de cristal (Maga e Iván Ferreiro) (me persiguen, juro que me persiguen), en estos fragmentos, en estas cosas que no sé ni cómo nombrar, esto que me impide dejarme conocer, que me impide ser una y una sola.
Y alguien dirá que eso es lo que me hace algo distinta, el no saber qué te vas a encontrar cada día. Pero yo estoy harta de no poder ser definida, de no poder presentarme con todo, sino que tener que ir adivinando cómo voy a ser con cada persona, que voy a potenciar, que voy a mostrar y qué voy a ocultar, y por ahora la mejor manera que encontré para ser lo más "una" posible es abrirle el blog, el fotolog, el tuenti, las ventanas del messenger, el teléfono y los cafés, y dejar que vaya adivinando cuál es mi composición. Y si después me lo puede decir, mejor.
Harta, harta de esta ciclotimia gilipollas, de este abrir y cerrar de ojos, de estas conversaciones conmigo misma donde no hago más que salir mal parada, de estos sueños con los Cullen y hoteles y el mar, el mar, el mar.
Y harta de que sean las 5 de la mañana y yo sólo pueda divagar en esto sin poder decir lo que de verdad quiero: que esto me confunde, que me hace sentir cosas que no debería y que sé que me estoy forzando a mi misma para sentirlas, para hacerme creer que estoy viva y lista para poder seguir, cuando mi cadáver ya empieza a apestar mi habitación, por las ventanas cerradas y las persianas bajas y las mantas y más mantas que me ocultan del mundo.
Porque la verdad es la siguiente: no sé qué coño hago.
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