Nunca tuve miedo de la noche.
Nunca me dio miedo la oscuridad.
Nunca me molestaron las lucecitas pequeñas de los aparatos.
Pero ahora todo eso me aterra.
Doy vueltas y escucho toses al otro lado de la pared. Toses agónicas y dolorosas. Y yo me retuerzo y no puedo no no no no.
Si no estoy lo suficientemente anestesiada no puedo dormir. Nada me anestesia el tiempo suficiente como para hacerlo.
Y así es como veo pasar los minutos en mi reloj interno, como deseo que haya alguien, quien sea, despierto a las 3 de la mañana, alguien que decida llamarme y me haga compañía para olvidar lo que quiero olvidar, para recordarme lo que ya sé, para arrullarme hasta que me duerma.
Nunca tuve miedo de la noche.
Y ahora tampoco.
Ahora lo que me da miedo soy yo.
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