Así estábamos, a oscuras, hablando sobre que es la primera vez que paso tanto tiempo separada de mi hermano desde que nació, de tu viaje para hacer pesca submarina y de cómo serás un adicto al trabajo, de David Carradine colgado del armario, de queso, dulce de leche y pavos, de la lucha de consciencias, de los enamoramientos.
Y éramos nosotros, y te veía en penumbras y decía que eras cómodo, y cada 10 minutos me decías que te alcance el agua, y te recitaba cosas que escribí para vos y sobre vos en este mismo sitio, y nos reíamos y te olía.
Y éramos nosotros de nuevo en tu salón dos años antes, uno en cada extremo, hablando de lo mucho que nos gustaría pero sabiendo que no iba a pasar, al menos mientras no fuésemos sólo dos.
Hay cosas que nunca cambian. Como mirar fijamente tus pestañas arqueadas con la luz azul del amanecer.
Hay cosas que sí cambian. Como comprender por qué nunca nos acostamos.
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