Son las cuatro de la mañana. Busco el faro a través de la ventana. Mi Faro.
Pero la noche se lo tragó.
Lo escucho respirar fuerte, dormido, detrás de mí.
En algún punto algo dentro de mí se retorció, y ese sonido ya no me tranquiliza. Ahora sólo quiero alejarme de él.
Entonces lo despierto. Y él, despacito, con paciencia, va estirando y alisando ese algo, hasta que lo deja como estaba. Vuelven las risas, el sentir su piel cálida, los planes hasta dentro de unos meses nada más, el hablar mientras follamos.
Mi Faro siempre estuvo ahí.
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