Durante un instante, el corazón se me paró.
Sólo fue un momento, un segundo tal vez, pero me pasaron mil preguntas por la cabeza. La más acuciante fue ¿qué está haciendo acá?.
Mi duendecito, con su pelo corto (a veces negro, a veces rojo, a veces quiénsabe), su nariz pequeña y respingona, sus maravillosas pecas, su cuerpo menudo y sus manos delicadas.
No la vi muchas veces, 50 quizás, pero fue más que suficiente. Nunca podré olvidarla con su vestido turquesa, cenando al lado mío mientras se reía de quién sabe qué, arrugando la nariz y abriendo mucho la boca.
Y así, al verla cruzar la calle en el cuerpo de otra, descubrí que inconscientemente llevo buscándola 5 años. Buscando sus rasgos, sus expresiones, su voz, y lo más importante: la manera en la que me hacía sentir.
La busco en la calle, en mis amigas, en mis compañeras de clase, en los libros, en las películas. Es Tonks, es Alice, es otra Alice.
La imagino como esa nínfula que era, esa hadita que revoloteaba a mi alrededor, esa preciosidad turquesa que entró en mi vida como un vendaval y como él se fue, dejándome esta sensación indefinible y mi primera obsesión.
Prefiero recordarla así, como era, y no como la muñeca rota que sé que es, que su único enlace conmigo (cada vez más difuso, por cierto) me cuenta que es. Y contaría de qué forma está rota, pnesaba hacerlo, pero tuve que borrarlo al escribirlo, porque verlo expresado me da ganas de llorar y me aferro más a su recuerdo y niego su realidad, una realidad demasiado dura para que sea suya, de mi dulce primera nínfula.
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