Mi juego favorito era atarlo a la cama, vendarlo y alejarme en silencio.
Entonces él me llamaba y yo sólo me reía, o ni siquiera eso. Y él estiraba las piernas intentado alcanzarme y yo sólo lo miraba. En penumbras, boca que me pedía, hombros, pecho, estómago, todo en movimiento, piernas (haría un molde de esas piernas y las llevaría conmigo siempre), pies estirados, intentando tocarme para cerciorarse de que seguía ahí, como él esperaba.
Y siempre estaba ahí, en la esquina, esperando no sé qué señal para lanzarme encima suyo en silencio, hasta ya no estar más en silencio.
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