Me encontré de repente delante de ese puente, el puente que crucé en bicicleta cagándome en los romanos hace oh, tanto tiempo. Ese puente donde nos hicimos fotos, y donde empezó parte de mi camino, de mi camino con algunas personas que lo serían todo para mí.
Vi esta ciudad, una ciudad tan bonita y tan extremeña y tan bonita, y pensé en lo diferente que habría sido todo si pudiese haber estudiado mi carrera en esta ciudad en vez de emigrar más al sur. La gente que no hubiese conocido, las cosas que no habrían pasado. Y durante treinta segundos pensé que quizás así nuestra historia habría empezado antes. Pero también quizás así no estaríamos listos para el otro como lo estamos ahora.
Y después de dos días desconectada del mundo, de problemas, de amigos, de pareja, metida en un rodaje y en otras cosas que me llenan y me hacen sentir viva, vuelvo a un ordenador, y me encuentro un mensaje de esos que llenan el alma.
De esos que me dicen que mi vida es la que tiene que ser, que todo lo que pasó desde antes de ese puente hasta ahora tiene sentido. Que todas las personas que hay en mi vida son la razón por la que, después de tantas vueltas e historias, esté sentada en una habitación blanca e impersonal, en una ciudad que nunca fue la mía, con dolor de espalda por haber llevado mi peso en trípodes, pensando en el planning de mañana, pero a la vez queriendo volver a casa y a mi gente.
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