Y cuando mi mundo se derrumba, él sigue estando ahí.
Y me dice "No llores, que ya estoy aquí". Y así es. Está aunque no esté, está aunque lleve meses sin estar.
Y aunque daría lo que fuera porque pudiese abrazarme, aprendí a amar sus abrazos metafóricos, la manera en la que su voz me acaricia la cabeza y sus palabras me sostienen hasta que me calmo.
Y sé que ahí está él, la persona que cree en mí aunque yo no lo haga, el que ve lo que puedo dar y me empuja a darlo, el que me quiere feliz y entera.
Y quién sabe. Quizás visite su habitación con mar. Quizás podamos recordar juntos el día que llevaba plumas en la cabeza y comimos solos y nos tiramos en el suelo de la plaza del Ayuntamiento y nos gritamos y nos llovió encima y lo quise mucho mucho mucho. O quizás lo tenga para siempre ahí, justo del otro lado, listo para acariciarme sin tocarme y besarme sin hablar.
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