Quiero esa vida.
Quiero esa niña de rizos morenos y vestido blanco, que camine pisando fuerte con los talones. Quiero esa nena de rulos negros y vestidito blanco, que camine pisando fuerte con los talones.
Quiero el dormirme a su lado y despertarme a su lado.
Quiero verlo en la cocina, cocinando para los tres (o los cuatro).
Quiero esa casa, llena de libros y madera, música y amigos, cine y ventanas, arte y risas.
Quiero volver a casa y verlo delante del ordenador, con sus gafas y su cara de concentración. Quiero que vuelva a casa y me encuentre delante del ordenador, con mis gafas y cara de desesperación.
Quiero besos matutinos, desayunos compartidos, conversaciones eternas.
Quiero enfrentarme al día a día con él, que me tranquilice cuando me paso, que me incite cuando no doy lo suficiente, que aplique su sentido común a las situaciones que nos surjan, que recordemos juntos nuestra juventud.
Quiero visitas navideñas a los abuelos, a los tíos, a los primos. Quiero ser parte de esa familia. Quiero oler a candela subiendo por su calle.
Quiero cocinarle y que me cocine y que me rete por comer mucho tomate.
Quiero que me complazca cada antojo cuando esté embarazada, que le hable a la super-panza, que elijamos nombres juntos, que sienta las patadas del bebé, que llore cuando lo tenga en brazos por primera vez, que juegue con él, que le sonría con ternura en los ojos.
Quiero esa vida. Quiero todo eso y más.
Pero adelantamos acontecimientos. Y nuestro momento, que era dentro de 10 años, nunca va a llegar.