Soñé con vos.
En el sueño me abrazabas por detrás y me levantabas unos centímetros del suelo, como solías hacer antes, cuando te daban ataques de amor injustificado hacia mí.
Antes, cuando no nos decíamos que nos queríamos pero lo hacíamos.
Antes, cuando todo contacto físico lo habíamos prohibido.
Antes, cuando todavía estaba enamorada de vos pero no te conocía.
Antes, cuando éramos la mitad de lo que somos ahora.
A veces echo de menos esos abrazos inesperados, que me sobresaltaban y me calentaban la barriga.
Pero, cariño, eso es lo único que echo de menos.
30.4.11
22.4.11
Duda II.
A veces no sé cuántos de los cambios en mi vida son porque maduré y cuántos son porque estoy sobreviviendo en lugar de vivir.
3.4.11
Miedo.
A medida que crecemos, nuestros miedos crecen. Empezamos a darnos cuenta de la fragilidad de nuestros cuerpos, de nuestras emociones, de nuestra vida. Somos más temerosos: ya no trepamos, ya no damos volteretas, ya no hacemos nada que pueda hacernos daño. Ya no pensamos "lo intento, y si no funciona no pasa nada". Dejamos de arriesgar. Somos más conscientes del dolor físico, del daño emocional, de que no siempre se puede empezar de nuevo. Descubrimos que todas las experiencias nos dejan cicatrices, que todas las personas nos afectan, que hay cosas que no se pueden deshacer. Empezamos a temer al sufrimiento, al dolor, a la muerte, a la pérdida. Nos atemorizan las infinitas posibilidades que existen de perder a nuestra familia, amigos, a parte de nosotros. Tememos a los exámenes, a los huesos rotos, a las operaciones, a los embarazos y los partos, a la soledad, a los corazones rotos, a la inestabilidad laboral, al futuro. ¿Es posible no tener miedo? ¿Podemos vivir sin pensar en las consecuencias? ¿O sólo podemos intentar que el miedo no nos paralice?
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