27.4.10

Nos despertamos. Son las once de la mañana de un domingo cualquiera. El sol tiñe mi habitación de naranja, o quizás es el reflejo de la luz en mis sábanas.
Dormidos todavía, nos besamos. Nos vamos despertando mutuamente, lentamente, porque es domingo y por primera vez en muchísimo tiempo, nadie nos espera a ninguna hora.
Damos vueltas y vueltas, hablamos y nos reímos, y el mundo puede desaparecer que no nos enteraremos.
De a poco volvemos a dormirnos, porque no hay nada mejor que hacer, nada más que nosotros y la cama y mi habitación.
Dormimos entrelazados, hasta que tengo demasiado calor y me giro. Él se gira conmigo, y cuando retiro el pelo de la almohada para que no le moleste me da besos en la espalda y la nuca, y yo estoy segura de que sigue dormido.
Nos volvemos a despertar, y esta vez son casi las cuatro y nos repetimos que nos tenemos que levantar, que ya es hora, que tenemos que comer, pero la cama y nuestros cuerpos nos lo impiden y ahí seguimos, enredados.

A veces perder el tiempo es la mejor manera de ganarlo.

Cortometraje.

Expectación.
Esa es la palabra.
Como antes de una boda, de mi graduación, de Selectividad, de mi primer día de clases en la Universidad.
Es el sentir todas las células electrizadas, esa imposibilidad de dormir y el forzarte a dormir la siesta, el tener muchas cosas y muy poco tiempo, el repasar la lista mental de cosas que llevar una y otra vez, el organizar todo compulsivamente, en carpetas, por colores, por orden de importancia y marcados con post its.
Saber que mañana empieza todo.
Porque por esto sí que es el primer día del resto de mi vida.

23.4.10

"Me pasan cosas"

Ya no tenemos ese amor.

A los trece años, el tiempo se detuvo durante tres minutos cuando el chico del que estaba enamoradísima me preguntó si quería ser su novia.
Estuve ahí, parada en un semáforo, durante tres minutos mientras el semáforo cortaba y volvía a abrir, y la gente pasaba a mi alrededor sin rozarme, sin mirarme, como se hace en las grandes ciudades con el que hace algo fuera de lo normal.
El tiempo se detuvo y mi cuerpo se descontroló. Veía borroso, el corazón me latía a mil y estoy casi segura de no respirar demasiado durante ese tiempo.
Dos años después, el fenómeno se repetía. El día de mi graduación del IVA. Salía de la sala dónde estábamos ensayando nuestra perfomance "de graduación" y entre la marea de gente lo vi en medio del patio. Acababa de llegar. 250 personas y lo miré a los ojos, me miró a los ojos y de repente todo tuvo sentido: que sea el día de mi graduación y el último día que pisaba el sitio que me hizo ser quién soy, que no lo iba a ver más, que le fuese a dejar mi cactus para mudarme a 13.000 km. Éramos él y yo, y el mundo había enmudecido.

Ya no tenemos ese amor.
Ya no hay mariposas en el estómago, ya no se detiene el tiempo, ya no me mareo al mirar al otro a los ojos.
Aprendí a relajarme.
Me endurecí.
¿Me endurecí?
Tras tantos amores y romances fallidos, sé que va a salir mal incluso antes de empezar. Ya no tengo esperanza apenas conozco a alguien, ya no me enamoro total y completamente antes incluso de conocerlo bien.
Maduré, supongo.
Ese amor adolescente desapareció, y fue reemplazado por un sentimiento más calmado, más suave. Menos divertido.
Ahora todo va más rápido, es menos platónico y más físico, y no suelo pasarme meses mirándolo a la distancia.

No digo que no sienta cosquilleos cuando conozco a alguien que me gusta, o que no se me ponga cara de tonta, ni sonría al teléfono cuando hablo con un él.

Pero ya no es igual. Ya no es igual y me gustaría que lo fuese.
Enamorarme hasta las trancas, hasta las cejas, con cada célula de mi cuerpo, con una necesidad física e imperiosa de tocarlo, de mirarlo.

19.4.10

'Save the cheerleader, save the World'

Voy juntando pedacitos, trozos de él y míos, y los uno como el Hiro del futuro une los trozos temporales para descubrir cómo salvar el mundo.

Algo dentro de su cabeza le dijo que me haría ilusión tener una varita mágica con forma de estrella, así que me regaló una.
Lleva el móvil en el bolsillo trasero para no quedarse estéril.
Deja que le cambie mi nombre en su móvil cada vez que quiero.
Echa de menos que me queje de todo cuando pasamos tiempo sin vernos.
Me pide perdón por ser un capullo cuando ni siquiera se acerca a ser un capullo.
No piensa ningún futuro conmigo, y acepta todas mis otras vidas.

Lo miraba en la oscuridad. "Yo no esperaba esto. Esto no debía pasar". Pero pasó y ya veremos qué hacemos con ello. Si es que tenemos que hacer algo.

17.4.10

Se había acabado.
Juro que se había acabado.
Pero entonces me llama dos veces en la misma semana, y me dice que una canción llamada "Veneno" le hace acordar a mí y me encuentro dentro del baño de una desconocida, susurrándole al teléfono que yo también lo echo de menos y entonces lo sé.
Nada se termina.